Crónica de una Tragedia Anunciada: La Explosión del Vapor Cabo Machichaco

3-noviembre-1893 – El día que Santander pudo desaparecer del mapa

Si hoy en día la explosión del puerto de Beirut en 2020 nos sobrecogió por su magnitud apocalíptica, es difícil imaginar el impacto que una catástrofe similar tuvo en la España del siglo XIX. El 3 de noviembre de 1893, un moderno vapor atracado en el corazón de Santander se convirtió en una bomba que estuvo a punto de borrar del mapa a la capital cántabra. Esta es la crónica de la explosión del vapor Cabo Machichaco, la mayor tragedia de carácter civil ocurrida en la España decimonónica, una historia de negligencia, falsa seguridad y consecuencias devastadoras que marcaría para siempre el destino de una ciudad.

1. El viaje final: Un barco cargado de peligro

1.1. Origen y ruta

El Cabo Machichaco era un barco de vapor construido en Newcastle en 1882 y adquirido por la compañía sevillana Ibarra. Su función era el servicio de cabotaje, una ruta rutinaria que conectaba los puertos de Bilbao y Sevilla, siendo Santander su primera y fatídica escala en este último viaje.

Vapor Cabo Machichaco, en la bahía de Santander.

1.2. La carga mortal

En su viaje final, el barco transportaba una cantidad de mercancías peligrosas inusualmente grande, hasta cuatro veces superior a lo normal. Esta acumulación se debió a un brote de cólera en Bilbao que había alterado los horarios de navegación, obligando al Cabo Machichaco a cargar el envío de la semana anterior junto al suyo. Sus bodegas ocultaban una combinación letal:

  • Dinamita: 1.720 cajas de 25 kg cada una, sumando más de 51 toneladas.
  • Ácido Sulfúrico: 20 garrafones de vidrio estibados en cubierta, un elemento químico altamente corrosivo.
  • Material Siderúrgico: Casi 1.000 toneladas de vigas de hierro, raíles, clavos y tuberías que, tras la explosión, se convertirían en una metralla infernal.
  • Otras mercancías: Toneladas de harina, papel, tabaco y otros productos que completaban la carga.

1.3. La cuarentena en Pedrosa

Debido a la epidemia de cólera que asolaba Bilbao, el Cabo Machichaco fue obligado a anclar frente al lazareto de la isla de Pedrosa el 24 de octubre de 1893 para pasar la preceptiva cuarentena. Tras diez días de espera, recibió la autorización para acercarse a la ciudad y comenzar sus operaciones, sin que nadie en tierra fuera plenamente consciente del peligro que se aproximaba sigilosamente al corazón de Santander.

2. Una bomba de relojería en el corazón de Santander

2.1. El atraque prohibido

A las siete de la mañana del 3 de noviembre de 1893, el Cabo Machichaco atracó en el muelle de Maliaño, en pleno centro urbano de Santander. Esta acción constituía una violación directa del reglamento del puerto, que exigía explícitamente que los buques con explosivos realizaran sus operaciones en fondeaderos alejados, como La Magdalena, para evitar riesgos a la población.

2.2. La cadena de negligencias

La catástrofe no fue fruto de un único error, sino de una concatenación de imprudencias y omisiones que prepararon el escenario para la tragedia.

  1. Omisión del Capitán: El capitán del buque, Facundo Léniz, no informó a las autoridades portuarias sobre la verdadera magnitud de la carga peligrosa. Al no ser obligatorio declarar la mercancía en tránsito, solo notificó las 20 cajas de dinamita destinadas a Santander, ocultando las más de 1.700 que seguían viaje al sur.
  2. Incumplimiento de las Normas: Las autoridades portuarias permitieron el atraque en el muelle central. El historiador Rafael González Echegaray califica esta práctica como una «corruptela» habitual para ahorrar a las navieras los «gastos y trastornos» que suponía el uso de gabarras y operar en zonas alejadas del puerto.
  3. La Carga Descargada: Las 20 cajas de dinamita consignadas a Santander fueron debidamente descargadas y transportadas fuera del puerto. Este hecho, aparentemente trivial, resultaría fatal, ya que más tarde contribuiría a crear una mortal sensación de seguridad entre la población y las propias autoridades.

Santander desempeñaba sus quehaceres de viernes, ajena a que el corazón de la ciudad albergaba ahora una bomba de relojería, cuya mecha había sido encendida por una cadena de descuidos aparentemente menores.

3. El espectáculo Mortal: fuego y falsa seguridad

3.1. Se desata el fuego

Pasado el mediodía, el espectro del cólera que había retrasado al barco dio paso a una amenaza mucho más inmediata. Alrededor de las 14:00 horas, mientras concluían las labores de descarga, apareció la primera voluta de humo en la bodega de proa, una señal inocua que pronto convocaría a toda una ciudad para presenciar su propia perdición. La causa exacta del incendio nunca se determinó, aunque se especula con la rotura de un casco de ácido sulfúrico o una colilla mal apagada. La tripulación y los bomberos de la ciudad acudieron rápidamente, junto con las tripulaciones de otros buques cercanos como el francés Galindo, el inglés Eden y los españoles Catalina y Vizcaya.

En un acto de heroísmo que se tornaría trágico, el vapor correo Alfonso XIII, recién llegado de Cuba, envió una partida de auxilio liderada por su propio capitán, Francisco Jaureguizar y Cagigal, para sumarse a la desesperada lucha contra las llamas.

Foto del vapor Cabo Machichaco durante el incendio.

3.2. Una multitud embelesada

El humo y las llamas del buque en el muelle principal se convirtieron en un «espectáculo». Una enorme multitud de curiosos, estimada en hasta tres mil personas, se congregó en la explanada del puerto para observar los trabajos de extinción. Junto a ellos se presentaron las principales autoridades de la ciudad: el Gobernador Civil, el Comandante de Marina, el Alcalde y el Gobernador Militar, entre otros.

3.3. El error fatal: «La dinamita solo arde»

En este punto, un conocimiento científico erróneo selló el destino de cientos de personas. La noticia de que el barco transportaba dinamita se extendió, pero no generó la alarma que cabría esperar por una peligrosa creencia de la época:

  • La creencia: Las autoridades y el público estaban convencidos de que la dinamita, al carecer de un detonador, simplemente ardía en contacto con el fuego, pero no explotaba. Creían que el peligro era controlable.
  • La realidad química: Nadie comprendió la fatal química que se estaba gestando. El agua arrojada a la bodega no estaba sofocando la amenaza, sino disolviendo los estabilizantes de la dinamita, haciendo que esta «sudara» nitroglicerina pura e inestable. Esta se mezcló con el ácido sulfúrico y el agua del fondo de la bodega, creando una volátil «sopa potencialmente explosiva». Los golpes de mandarria que se daban al casco para abrir un boquete actuarían como el detonante perfecto.
  • La consecuencia: La decisión de las autoridades de permanecer en la zona, supervisando los trabajos, transmitió una falsa y letal sensación de seguridad. La multitud, confiada, se mantuvo peligrosamente cerca, observando fascinada el incendio sin ser consciente de que estaban al borde de un cráter.

El tiempo se agotaba y, con cada golpe de hierro contra el casco del barco, el desastre se acercaba un instante más.

4. La detonación: El instante que borró el puerto de Santander

4.1. El estallido

A las 16:45 horas, la tragedia se consumó. Los intentos de abrir un boquete en el casco con mandarrias y cortafríos probablemente actuaron como el detonante final. La proa del Cabo Machichaco se desintegró en una columna de fuego, hierro fundido y agua que se elevó cientos de metros hacia el cielo, provocando un estruendo ensordecedor y un temblor de tierra que sacudió toda la bahía.

Recreación del momento de la explosión del barco Cabo Machichaco.

4.2. Un balance devastador

La explosión fue una de las mayores catástrofes civiles de la historia de España. Las cifras oficiales son un testimonio mudo de su magnitud.

ImpactoCifras y Datos
Víctimas Mortales590 personas
HeridosAproximadamente 2.000 (500 de ellos graves)
Destrucción25 manzanas de viviendas arrasadas, 60 edificios destruidos
Población AfectadaEl 5% de los 50.000 habitantes de Santander resultaron muertos o heridos

4.3. La metralla infernal

El material siderúrgico de la carga se convirtió en miles de proyectiles mortales que barrieron la ciudad a velocidades increíbles, sembrando la muerte y la destrucción a kilómetros de distancia.

  • Proyectiles kilométricos: Un calabrote (cabo grueso) del buque fue encontrado en Peñacastillo, a ocho kilómetros de distancia.
  • Vigas en la Catedral: Unas 60 vigas de 300 kg cada una volaron por los aires y cayeron sobre el tejado de la catedral, situada a más de 200 metros.
  • Restos macabros: El bastón de mando del gobernador civil, Manuel Somoza, apareció en la playa de San Martín. Aún más espeluznante fue el macabro hallazgo de dos piernas humanas sobre el tejado de un almacén de maderas, a dos kilómetros del lugar.
  • Muerte de autoridades y héroes: La explosión decapitó la administración de la ciudad, matando en el acto a la práctica totalidad de las autoridades civiles y militares. Con ellos perecieron el valiente capitán Francisco Jaureguizar y 31 miembros de la tripulación del Alfonso XIII, sacrificados en un acto de auxilio que encontró la muerte como recompensa.

En una fracción de segundo, la explanada del puerto pasó de ser un escenario de curiosidad a una zona de guerra cubierta de escombros, fuego y muerte.

5. Las secuelas: Caos, fuego y una ciudad decapitada

5.1. La noche del horror

La escena posterior a la detonación fue apocalíptica. El caos se apoderó de una ciudad descabezada, sin líderes ni fuerzas de seguridad, ya que la mayoría de los bomberos y guardias habían perecido. A la salida de los muelles, un enorme caballo muerto impedía el paso. Un superviviente, al intentar levantarse, descubrió que su pierna derecha pendía de un delgado filamento de músculo. Mientras los supervivientes buscaban desesperadamente a sus seres queridos, los incendios, provocados por la metralla incandescente, ardieron sin control durante una semana. El escritor y periodista Torcuato Luca de Tena, testigo de la desolación, sentenció que una tragedia de tal magnitud era imposible de cuantificar:

«Semejante catombe, la más horrible de las habidas en mucho tiempo entre los humanos, no puede medirse por la estadística ni puede contarse por el libro de entradas del hospital y por las bajas del registro civil.»

Maqueta de la situación del barco Cabo Machichaco tras la explosión.

5.2. El segundo acto de la tragedia

El drama del Cabo Machichaco no terminó aquel día. Meses después, durante las labores para recuperar la dinamita que había quedado en el pecio hundido, la tragedia golpeó de nuevo. El 21 de marzo de 1894, una segunda explosión mató a otros 15 operarios. Ante el peligro persistente, el 30 de marzo de ese mismo año, el cañonero Cóndor de la Armada Española ejecutó una voladura controlada para destruir lo que quedaba del buque, poniendo fin a su amenaza física sobre la bahía.

Tras la devastación inmediata, la herida abierta por el Cabo Machichaco tardaría décadas en cicatrizar, dejando un legado imborrable en la memoria y el paisaje de Santander.

6. Legado y memoria: Una herida que no cierra

6.1. La transformación de Santander

Más allá de la pérdida humana y material, la catástrofe cambió para siempre la fisonomía y el futuro de la ciudad de dos maneras fundamentales:

  • Renovación Urbana: La explosión arrasó una parte importante del frente marítimo, lo que forzó una profunda y acelerada renovación urbana del área afectada.
  • Alejamiento del Puerto: La tragedia demostró de la forma más brutal el peligro de tener la actividad portuaria industrial en el centro de la ciudad. Este suceso fue el catalizador que impulsó el progresivo traslado del puerto lejos del núcleo urbano, hacia la zona de Raos, donde se encuentra en la actualidad.

6.2. El recuerdo perenne

Santander nunca ha olvidado el día más negro de su historia. La memoria de la catástrofe sigue viva en la ciudad. El monumento principal, situado cerca del lugar del desastre, muestra una figura de una mujer doliente que representa el luto de la ciudad. La Real Asociación Machichaco se encarga de mantener vivo el recuerdo, y cada 3 de noviembre, el Ayuntamiento rinde un solemne homenaje a las víctimas. Más de un siglo después, la explosión del Cabo Machichaco sigue siendo una herida que no cierra, un recordatorio perenne de las devastadoras consecuencias de la negligencia humana.

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